Nuestro
vuelo salía del aeropuerto de Barcelona-El Prat a las 6:20 de la mañana, por lo
que podéis imaginar el madrugón. Nuestro destino era el aeropuerto de Beauvais-Tille,
a las afueras de la ciudad de Paris. Quien dice afueras, dice una hora y pico
de viaje en autobús.
Por
lo que, primera recomendación, si tenéis pensado ir a Paris gastad un poco más
en el billete de avión y aterrizad en el aeropuerto de Orly o Charles de Gaulle
ya que, lo que no gastéis en billete de avión, lo gastareis en billete de autobús.
El nublado cielo parisino
Tras
aterrizar en las frías tierras francesas, pagar el abusivo precio de 15 euros
por un recorrido en bus de sólo ida y además quedarnos retenidos durante cerca
de tres horas, las cuales me sirvieron para disfrutar de un sueñecito
reparador, avistamos la maravillosa ciudad de Paris.
El
autobús nos dejaba en Porte Maillot, algo lejos del
centro, pero una vez se llega a Paris comienza la aventura así que el primer
paso era llegar al hotel y rezar por que nuestra habitación estuviera lista
para poder descargar allí el lastre del viajero: las maletas.
Nuestro
hotel se encontraba en el 3eme Arrondisment,
en el Marais, por lo que tomamos la línea
1 de Metro que recorre todo el centro. Esta no era la primera vez que estaba en
Paris y lo cierto es que tenia cierto pánico al transporte público ya que lo recordaba
bastante estresante, pero esta vez me ha sorprendido muy gratamente y
exceptuando las horas puntas y los largos pasillos, es la manera más cómoda y
rápida de atravesar Paris.
Llegamos
a nuestro hotel y se nos recibió con la amabilidad esperada, algo que ni tan
siquiera importo ya que tenían nuestra habitación lista y pudimos subir
inmediatamente a dejar nuestro equipaje.
Ya
en la calle con la mochila a cuestas y el mapa en la mano pusimos rumbo al
centro.
El
primer día, al llegar cansados, pensamos en hacer algo ligero y que no requiriera
mucha atención, ya que el sueño y el cansancio eran patentes. Nuestro primer
destino fue Place de la Bastille, la
cual quedaba cerca del hotel y donde se encontraba la línea 1 de Metro.
Colonne de Juillet, Place de la Bastille
Bajamos
en Châtelet y allí estaba, la
imponente Cité dándonos la
bienvenida.
Hicimos
lo propio y dimos una vueltecita para contemplar a la primera dama de Paris, Notre Dame, con su imponente fachada y
esa elegancia que pocas catedrales consiguen transmitir con tanta intensidad. También
pudimos ver la Conciergerie y el Palais de Justice. Debido al cansancio y
pese a morir de ganas, aplace ambas visitas para los días venideros para poder
disfrutarlas al máximo.
Notre Dame de Paris
Pusimos
rumbo al Quartier Latin y paseamos
por sus encantadoras callecitas.
Aprovechando
que estábamos al otro lado del Sena decidimos ver lo que nos quedaba más
apartado y que, casualmente, era lo más ligero. Caminamos por el Boulevard Saint-Michel hasta llegar a la
actual Place Edmund Rostand y allí
llego la primera vena fan: esa plaza antiguamente se llamaba Place Saint-Michel y es dónde Victor
Hugo localizo el Café Musain, el
lugar de reunión de Les Amis de l’ABC.
Como buenos seguidores comimos en el McDonald’s de la plaza, al cual bautice
cariñosamente McMusain.
Jardins de Luxembourg
Tras
reponer fuerzas visitamos los Jardins du
Luxembourg, otro enclave idílico de Les
Misérables de Victor Hugo. El jardín es uno de los lugares que más ansiaba
visitar y desde luego no me decepciono, ya habían caído las primeras hojas
otoñales y el parque estaba teñido de colores dorados y marrones que contrastaban
con la viveza de las flores que se hallaban frente al palacio. Maravillados
ante tanta belleza nos dirigimos al Panthéon,
el lugar dedicado a los grandes hombres y mujeres de la patria.
Le Panthéon
El Panthéon impresiona por su línea clásica
y por su tamaño además de por su belleza.
Su
interior es todo un canto a las letras, el derecho y la ciencia; entre los que
cabe destacar el Pendule de Foucault
y la escultura dedicada a la Convención Nacional.
Tras
visitar toda la planta superior descendimos a la cripta, dónde se encuentran
enterradas algunas personas ilustres como Pierre y Marie Curie, Alexandre
Dumas, Voltaire, Rousseau o Víctor Hugo.
Con
la apacible visita a la tumba de mi escritor favorito y pese a ser solo las
seis de la tarde, decidimos poner rumbo al hotel y hacer lo que más nos apetecía
en ese momento: descansar, ya que para el día siguiente tenía preparado algo
realmente maravilloso…
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