viernes, 10 de febrero de 2012

El horizonte que se ve desde lo alto de la barricada


Enjolras estaba de pie en la escalera de adoquines, con un codo apoyado en el cañon de la carabina. Meditaba y se estremecía, como si sintiera pasar soplos; en los lugares donde está la muerte se dan efectos de trípodes. De sus pupilas, llenas con la mirada interior, salían como llamas sofocadas. De pronto levantó la cabeza, sus cabellos rubios cayeron hacia atrás como los del ángel sobre la sombría cuadriga hecha de estrellas, como una melena de león erizada y con resplandor de aureola, y habló así:

-Ciudadanos, ¿os imagináis el porvenir? Las calles de las ciudades inundadas de luz, ramas verdes en los umbrales, las naciones hermanas, los hombres justos, los ancianos bendiciendo a los niños, el pasado amando al presente, los pensadores en plena libertad, los creyentes en plena igualdad, por religión el cielo, Dios sacerdote directo, la conciencia humana convertida en altar, no más odios, la fraternidad del taller y la escuela, como penalidad y como recompensa la notoriedad, el trabajo para todos, el derecho para todos, la paz para todos, no más sangre vertida, no más guerras, las madres dichosas.

[…]

Ciudadanos, sea lo que fuere lo que suceda hoy, lo mismo si termina con nuestra victoria que con nuestra derrota, es una revolución los que vamos a hacer. Así como los incendios iluminan a toda la ciudad, las revoluciones iluminan a todo el género humano. ¿Y qué revolución haremos? Acabo de decirlo: la revolución de la Verdad.
Desde el punto de vista político, no hay más que un principio: la soberanía del hombre sobre sí mismo. Esta soberanía mía sobre mí se llama Libertad. Cuando dos o muchas soberanías se asocian comienza el Estado. Pero en esa asociación no hay abdicación alguna.
Cada soberanía concede cierta cantidad de sí misma para formar el derecho común. Esa cantidad es la misma para todos.  Y esa identidad de concesión que cada uno hace a todos se llama Igualdad. El derecho común no es otra cosa que la protección de todos irradiando sobre el derecho de cada uno. Esa protección de todos sobre cada uno se llama Fraternidad.
El punto de intersección de todas esas soberanías que se agregan se llama Sociedad. Como esa intersección es una unión, ese punto es un nudo. De ahí lo que se llama el vínculo social. Algunos lo llaman contrato social, lo que es lo mismo, pues la palabra contrato se forma etimológicamente con la idea del vínculo. Entendámonos con respecto a la igualdad, pues, si la libertad es la cima, la igualdad es la base. La igualdad, ciudadanos, no es toda la vegetación al mismo nivel, una sociedad de grandes briznas de hierba y de sardones, una vecindad de envidias que se castran mutuamente: es, civilmente, todas las aptitudes con las mismas posibilidades; políticamente, todos los votos con el mismo peso; religiosamente, todas las conciencias con el mismo derecho. La igualdad tiene un órgano: la instrucción gratuita y obligatoria. El derecho al alfabeto: por ahí es por donde se debe comenzar. La escuela primaria impuesta a todos, la escuela secundaria ofrecida a todos: tal es la ley. De la escuela idéntica sale la sociedad igual. ¡Sí, enseñanza! ¡Luz! ¡Luz! Todo viene de la luz y todo vuelve a ella.

Ciudadanos: el siglo XIX es grande, el siglo XX será dichoso. Nada habrá entonces que se asemeje a la vieja historia; ya no habrá que temer, como al presente,  una conquista, una invasión, una usurpación, una rivalidad de naciones a mano armada, una interrupción de civilización que depende de un casamiento de reyes, un nacimiento en las tiranías hereditarias, un reparto de pueblos por disposición de un congreso, un desmembramiento por la caída de una dinastía, un combate de dos religiones que se enfrentan como dos machos cabríos de la sombra en el puente del infinito; ya no habrá que temer el hambre, la explotación, la prostitución por miseria, la miseria por desocupación, ni el cadalso, ni la espada, ni las batallas, ni todos los pillajes del azar en la selva de los acontecimientos. Casi se podría decir: ya no habrá acontecimientos. Se será feliz. El género humano cumplirá su ley como el globo terrestre cumple la suya; se restablecerá la armonía entre el alma y el astro. El alma gravitara alrededor de la verdad como el astro alrededor de la luz.

Amigos, la hora en que estamos y en que os hablo es una hora sombría, pero tal es el precio terrible del porvenir. Una revolución en un peaje. ¡Oh, el género humano será liberado, reanimado y consolado! Nosotros se lo afirmamos en esta barricada. ¿De dónde ha de salir el grito de amor sino desde lo alto del sacrificio? ¡Oh, hermanos míos!, este es el lugar de reunión de los que piensan y de los que sufren; esta barricada no está hecha con adoquines, vigas y hierro viejo; está hecha con dos acervos: un acervo de ideas y un acervo de dolores.
La miseria se encuentra aquí con el ideal. El día abraza aquí a la noche y le dice: “Voy a morir contigo y tú vas a renacer conmigo”.
Del abrazo de todas las desolaciones nace la fe. Los sufrimientos traen aquí su agonía, y las ideas su inmortalidad. Esta agonía y esta inmortalidad van a mezclarse y a componer nuestra muerte. Hermanos, el que muere aquí muere en la radiación del porvenir, y nosotros entramos en una tumba completamente empapada de aurora.-

Enjolras se interrumpió más bien que calló; sus labios se movían silenciosamente como si siguiese hablándose a sí mismo, lo que hizo que los otros, atentos y para tratar de continuar oyéndole, se quedaran mirándole. No hubo aplausos, pero se cuchicheo durante largo tiempo.
Como la palabra es un soplo. Los estremecimientos de las inteligencias se parecen a los estremecimientos de las hojas.

Parte V;   Jean Valjean
Libro Primero; La guerra entre cuatro paredes
Capítulo V: El horizonte que se ve desde lo alto de la barricada
Los Miserables, Víctor Hugo

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